Gorda, rechoncha y traicionera…, no suena muy prometedor ¿verdad? Pero si aclaramos que se trata de una montaña submarina y que está en el Top Dive de Ibiza, la cosa cambia mucho. Se trata del Bajo de Sa Bota, un montículo localizado en la zona Oeste de la isla, frente a la famosa Cala d’Hort, que nace en un suelo arenoso a unos 35 metros y que casi emerge, rozando con su redondeada cresta la superficie del mar, suponiendo un verdadero peligro para los navegantes confiados.

Sa Bota está muy cerca de dos emblemáticas rocas: Es Vedrà y Es Vedranell y, al igual que ellas está situada dentro del Área Natural de Especial Interés, por lo que sus aguas preservadas albergan una enorme biodiversidad marina. El punto más cercano de donde salen las expediciones de buceo es Cala Tarida, donde se encuentra el centro Orcasub, aunque también se accede de otros muelles como el de Port des Torrent o, incluso, desde Sant Antoni.

Ésta es una de las inmersiones que, si es posible, a mí me gusta dejarla para la última del día, cuando los tonos del sol van suavizándose y la luz desprende, bajo el agua, una atmósfera especial. Los entendidos dicen que la montaña fue bautizada con ese nombre porque tiene forma de bota, pero yo nunca he llegado a verla como tal; más bien, a mí me recuerda a una enorme bola de helado de cucurucho, caprichosamente estriada y llenas de recovecos y grietas poco profundas. Como este punto de buceo está separado de la costa, la visibilidad del agua aquí es, si cabe, aún más espectacular, pudiendo observar los característicos bancos de juguetonas salpas a más de 30 metros de distancia.

El itinerario es muy fácil, se trata de dar una vuelta en redondo a esta gigantesca montaña, recomendando coger la máxima profundidad al comienzo de la inmersión, en torno a los 30 metros, para luego ir ascendiendo lentamente a lo largo del recorrido. Si nos gusta la vida pequeña, en las grietas encontraremos numerosos y llamativos nudibranquios, morenas con sus inseparables gambas lady escarlata, ofiuras, cangrejos ermitaños, escórporas… y, entre medias, haciéndose los despistados, meros de tamaño medio, doradas, serviolas y asustadizas brótolas. Hay que estar muy atentos al azul, ya que Sa Bota es un lugar de paso de grandes especies pelágicas y, de vez en cuando, se deja ver algún que otro gran atún. Sin embargo, si hay una especie estrella en esta inmersión son los espetones, esos primos lejanos de las barracudas tropicales que suelen reunirse en grandes cardúmenes que apenas parecen moverse, levitado entre dos aguas atentos a todo lo que ocurre en su territorio.

Ante cualquier potencial enemigo los bancos de espetones suelen nadar describiendo círculos, más compactos cuanto mayor sea el peligro.  Si en una de estas situaciones el buceador se aproxima a ellos, comienza una de las danzas más hipnóticas de la naturaleza. Como si de una coreografía se tratara, forman una especie de espiral sin fondo, un túnel profundo que amenaza con tragárselo todo. Si conseguimos introducirnos, la sensación es como la de entrar en un agujero eterno, donde las paredes respiran, se mueven de forma concéntrica y te atrapan, te hipnotizan… Si uno consigue mantenerse unos minutos dentro, poco a poco, ese túnel de vida termina por deshacerse lentamente y los espetones vuelven a formar un denso cardumen flotando en medio de la ligera corriente y, sólo entonces, es cuando te aceptan como uno más y, como animales gregarios que son, te permiten flotar con ellos en la misma formación. Quieto, en posición horizontal, con los brazos bien pegados al cuerpo y las piernas juntas y estiradas, como un larguirucho espetón más, es lo más cerca que podemos estar y sentir lo que yo llamo esa soportable levedad del pez, ese momento de paz, de quietud, que hasta nuestros latidos del corazón podrían hacer ondas en la superficie.

Pero la magia, como todo, se acaba y los espetones siempre terminan abandonándote y tomando su propio camino y nosotros el nuestro, siempre en ascenso, buscando el final de un itinerario que, en esta ocasión, se antoja muy sencillo. Yo diría que la inmersión de Sa Bota es para los buceadores más desorientados, porque aquí  nadie se pierde, ya que ascendiendo por cualquier sitio de la montaña siempre terminaremos próximos al cabo de fondeo. Al salir a superficie, un regalo de despedida, una puesta de sol anaranjada y radiante como sólo sabe ofrecer la isla de Ibiza.