Desde Platges de Comte se ve uno de los atardeceres más emocionantes de la isla de Ibiza, y digo emocionantes porque a mí siempre me parece que el sol, redondo y fulgurantemente anaranjado, no va a poder cumplir su ciclo y se va a pinchar y desinflar al caer sobre las pequeñas y puntiagudas islas del horizonte. Por supuesto eso no ocurre nunca, ya que se trata de un sorprendente efecto óptico… Esos minúsculos y amenazantes islotes son las Islas Bledes, otro de los grandes puntos de buceo que ningún aficionado debería perderse si visita la isla.
Gorda, rechoncha y traicionera…, no suena muy prometedor ¿verdad? Pero si aclaramos que se trata de una montaña submarina y que está en el Top Dive de Ibiza, la cosa cambia mucho. Se trata del Bajo de Sa Bota, un montículo localizado en la zona Oeste de la isla, frente a la famosa Cala d’Hort, que nace en un suelo arenoso a unos 35 metros y que casi emerge, rozando con su redondeada cresta la superficie del mar, suponiendo un verdadero peligro para los navegantes confiados.
Con el mar en calma, cuando uno se aproxima a la Isla de Tagomago, ésta parece adquirir connotaciones épicas… La quietud de la atmósfera, sus recios acantilados y su vegetación casi virginal le dan una apariencia legendaria, como sacada de un relato de la Odisea de Homero, y uno se imagina a bordo del mítico barco de Ulises en busca de Polifemo y la Isla de los Cíclopes, pero no, estamos en la moderna y confortable embarcación del Centro de Buceo Punta Dive, capitaneados por el instructor Giampiero Mancini, que se conoce esta agua como la palma de su mano.
Nunca he tenido ninguna duda que el más grande arquitecto que ha dado este mundo es la propia naturaleza. Durante millones de años, con paciencia franciscana (aquella que supone un preciado don para quien la ejercita), unas manos invisibles han esculpido a su antojo la faz de la tierra, incluidos, por supuesto, los fondos marinos de nuestros océanos. Y si hay un lugar en el que me gusta recrearme con el caprichoso diseño arquitectónico del lecho marino es Illa Murada, al norte de Ibiza, donde la construcción se convierte en auténtico arte conceptual, donde el sentido de la obra, de la idea, prevalece sobre aspectos estéticos o formales.
Me gusta acercarme al islote de Es Vedrà desde el mar, viendo la otra cara de esta enigmática roca, la de los grandes acantilados. Es como una enorme catedral gótica surgida del corazón del Mediterráneo…, quizá por eso, porque es casi una experiencia religiosa, me guste visitar siempre este mágico rincón de Ibiza acompañado de ángeles, en este caso de Ángel Albero y su mujer Ángela, los propietarios del Centro de Buceo Orcasub, de Cala Tarida.
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Mientras se desciende hacia la oscuridad del abismo, una enorme figura, gigantesca, comienza a dejarse ver en la inquebrantable soledad del fondo. Por un instante parece que respira, que su cuerpo se estremece levemente, pero sólo se trata de los compactos bancos de peces que lo envuelven. Recostado sobre su costado izquierdo, el Don Pedro sólo parece dormido, como si en cualquier momento pudiera despertar y continuar su rumbo… sin embargo, jamás podrá ya acabar su misión.
Para disfrutar con total plenitud de Ibiza es necesario utilizar todos y cada uno de los cinco sentidos…, para ver bien los bellos atardeceres en la costa oeste, para oír al Mare Nostrum susurrar por las noches sus historias legendarias, para llenarse de ese olor a pino que impregna toda la isla, para degustar su famoso sabor a sal molida en piedras centenarias y para sentir en la piel su calidez amable y cautivadora. Sin embargo, para llegar al fondo de sus espectaculares escenarios submarinos necesitamos algo más, ese sexto sentido que, con el tiempo, desarrollamos los buceadores que amamos el mar, que emana del mismísimo alma y que nos ayuda a volver a nuestros orígenes y a fundirnos con la materia de la que, en realidad, estamos hechos, el agua.